West Side Story (2021), un remake olvidable

 El pasado año, el aclamado director Steven Spielberg volvió a lanzarse detrás de las cámaras para traer de vuelta una nueva versión de  un clásico inolvidable del género musical. De la mano de este director junto a todo un nuevo reparto de jóvenes talentos (muchos empezando en la interpretación), vemos una nueva visión de la ya conocida historia del lado oeste de Nueva York. Con el anuncio de esta, mucha gente se llevó las manos a la cabeza (en las que me incluyo), ya que veían este remake totalmente innecesario, ya que la película original, pese a que pasan los años, se mantiene intacta en la gran mayoría de sus aspectos. Pero, ¿es realmente una buena versión, o una película más?


Comencemos con lo básico: Sharks y Jets. Ambas pandillas son el eje fundamental de la historia, al igual que en su antecesora, y, por supuesto, que en Romeo y Julieta, ya que no deja de ser una adaptación libre del clásico dramático. Englobo las dos pandillas en una para no tener que estar tratando personaje por personaje, sin embargo más adelante destacaré alguno. Las comparaciones son odiosas, pero en este caso me es inevitable. Si bien en la cinta original ambas bandas se sostenían igual de bien, en esta ocasión siento que no pasa igual. Los jets se ven eclipsados por los Sharks, y no tanto por guión, sino por la diferencia que encontramos a nivel interpretativo. Y esto es esencialmente por sus líderes, quienes tienen mayor protagonismo. Por un lado, Mike Faist como Riff se me queda corto, no impone lo que debería imponer, y creo que su expresión es prácticamente inexistente a lo largo de la película, no logré conectar con él en ningún momento, ni siquiera en la escena de su muerte, donde quedé totalmente frío. Sin embargo, David Álvarez como Bernardo me parece de lo mejor que tiene la película. Con él empatizas, crees en lo que dice y cómo lo dice, entiendes (aunque no compartas) las justificaciones de sus acciones y la forma en la que actúa, y volvemos a los mismo, no es solo por una cuestión de guión, el actor le da al personaje algo que le hace especial. Y esto me pasa con todos los personajes puertorriqueños, destacando especialmente a Chino (Josh Andrés Rivera), quien en esta versión no es simplemente el chico impuesto por Bernardo para que María se case, sino que sus escenas dramáticas (que las tiene) se sienten con un verdadero peso, y vemos notablemente el cambio de actitud que en el tercer acto se desarrolla. Igual pasa con a quien se llama en inglés Anybodys, este chico (claramente trans en esta nueva entrega) que intenta unirse a los Jets de la forma que sea, teniendo mucha más profundidad y desarrollo que en la original, quien no dejaba de ser tratado como una molestia continua.



Pasemos a los dos protagonistas por excelencia: Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler). La relación entre ambos es lo que es, como ya he dicho, un calco de Romeo y Julieta, tal vez un poco forzoso por momentos, pero teniendo en cuenta que supuestamente tienen entre dieciséis y dieciocho años, entiendo lo que es enamorarse y dar la vida y el alma para el amor, yo también he pasado por ahí. Y aunque siga sin gustarme, no puedo evitar seguir comparando. En 1961 se entregó una versión de este romance preciosa, con una química fabulosa que me sigue enamorando cada vez que la veo; sin embargo, en esta ocasión, la conexión entre ellos no la he sentido, salvando ciertos momentos puntuales donde sí, pero no ha sido la norma general, por lo tanto no he disfrutado tanto de este aspecto de la película. Como personajes por separado me pasa lo mismo que comentaba anteriormente con las bandas: los puertorriqueños se roban el show, y en la pareja no podía ser menos. Ansel Elgort, a diferencia de otros papeles como el que tiene en Baby Driver (2017), película muy recomendable, creo que en esta cinta está totalmente insípido, soso, sin carisma, sin nada. Además, tras destaparse los últimos escándalos sexuales que envuelven a actor, con acusaciones de violaciones y abusos a menores, me ha sido tremendamente difícil separarlo mientras lo veía, causándome incluso cierto rechazo. Aunque si bien esto último es algo a nivel personal, y debería separar al artista de su obra, me ha hecho la experiencia mucho más difícil. Por otro lado, el personaje de María tiene ciertos cambios con respecto a la original que, pese a que no hacen peor a la otra versión, enriquecen muchas partes. Primero de todo, destacable que, esta vez sí, su actriz sí tiene ascendencia latina, y que para ser el primer papel que Rachel Zegler recibe en cine, brinda una actuación realmente memorable. En ella se nota mucho más el peso de lo que supone haberse enamorado de un chico americano, de contradecir a su hermano y a sus raíces, al igual que de estar faltando el respeto a su cultura. Todo este culmen dramático estallando en la escena final junto a la muerte de Tony, donde la actriz se luce completamente, estremeciendo el corazón de muchos y saltando las lágrimas de otros tantos.



Separada de las bandas encontramos a Anita, quien interpretada por Ariana De Bose en esta ocasión, el pasado lunes ganó un Óscar por su interpretación como mejor actriz de reparto. Ella lleva mucho peso, lidiando con la carga de los personajes afines a ella, ya sean Bernardo o María, y siendo una conciliadora entre las disyuntivas que se plantean. Sus números musicales son tal vez los mejores del film, y su energía es palpable en cada momento que sale en pantalla. Detalle a recalcar la inclusión de Rita Moreno, quien dio vida originalmente a este personaje, y a quien se le ha dado el personaje de la dueña de la tienda donde Tony trabaja; un detalle realmente especial tanto para los más veteranos como para ella.




Pero no son solo los personajes los que sostienen la película, sino que todo el ambiente que les rodea es igual de importante. Nueva York, a diferencia de su antecesora, es una ciudad viva, con personas caminando por la calle, comercios, movimiento, coches, tráfico; al fin y al cabo, una urbe. Y esto hace que todo el entorno se sienta vivo y realista, ambientando muchísimo más la época. Por otro lado, el conflicto social entre americanos y puertorriqueños es más palpable y tenso, dividiendo de una forma clara en barrios a las dos etnias. Todo ello se acentúa todavía más con los comentarios de ambos grupos, uno escandalizados por sentirse invadidos; otros ofendidos por la denigración que sufren. Este conflicto, al estar más marcado, hace que las peleas entre las dos pandillas callejeras generen un efecto mayor y más dramático, empatizando mucho más en este caso con los puertorriqueños. 


Pero, ¿qué sería de la película sin una buena dirección? Como ya he dicho, Spielberg está a los mandos de este proyecto, y su sello es notorio en todos y cada uno de los planos. La cinematografía es espléndida, como este director ya nos tiene acostumbrados, dejando imágenes realmente icónicas, y reinterpretando algunas de las más míticas de esta historia. Y esto no se limita al apartado de la fotografía, sino que en cuanto a movimientos de cámara y espectacularidad, esta película se sale. Escenas como la canción de “América”, o incluso el baile de verano, son de una belleza superior, con un dinamismo insuperable, mostrando la viveza de la imagen y de los personajes. Si bien visualmente es precioso, creo que se ha sacrificado el lado más mágico del musical, contando los números de baile fusionados con las peleas a favor de un tinte mucho más realista que, a nivel personal, no se disfruta de la misma forma.


En fin, pese a que este remake no deja de ser una nueva versión de un clásico de los clásicos, hace ciertos movimientos que le otorgan mayor riqueza a su historia, un clima diferente, y una estética maravillosa. Sin embargo, para mí West Side Story solo hay una, y ninguna podrá superar a la original. Ahora bien, hay que reconocer el gran cineasta que es Spielberg, y la gran calidad que tiene la película.

Héctor Cortijo Fernández.

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