Tick, Tick... Boom! Un abrazo punzante al corazón.
Bueno, ¿por dónde empiezo?
Acabo de ver Tick, Tick... Boom!, la nueva película de Lin-Manuel Miranda que la plataforma de Netflix lanzó la anterior semana. En ella se nos presenta el biopic de Jonathan Larson, la joven promesa de Broadway que logró darle una nueva visión al género musical en la industria del espectáculo. En esta se narra el viaje que le llevó a la lectura ante el público de su primer musical, acompañado de todas sus relaciones personales que le llevan a ser quien es.
Tras el papel principal está Andrew Garfield, quien deja envuelto en regalo una de las mejores interpretaciones que nos ha regalado durante toda su carrera, demostrando una vez más el gran actor que es, y lanzándose a la piscina (literal y figuradamente) con el canto. Porque sí, Tick, Tick... Boom! es un musical, uno que recobra la vida a la originalidad que le faltaban a los últimos que han salido estos años atrás, uno que consigue ser algo totalmente innovador tanto musical como visualmente, uno que ha conseguido que me enamore más aún si cabe de este maravilloso género. En él no encontramos los códigos establecidos, no vamos a ver grandes números de baile, ni un gran coro de personas que acompañan a la voz principal, si no que se deleita en limitar lo grandilocuente hasta hacerlo íntimo, sin dejar de sentirse como el gran espectáculo que es. Y esto es gracias a su elección musical, a la dirección, y al grandísimo actor que tenemos como protagonista, quien con tan solo una nota logra que se nos salten las lágrimas de los ojos.
Pero hablemos de la historia, del hilo que nos conduce durante toda la película hasta ese emotivo final. Comenzamos con el anuncio de la muerte de Jonathan, pero creo que esto no es ningún spoiler estando basada en la vida de una persona real, y lanzando el “boom” en el primer minuto del film. Desde que sabemos esto, se inicia una carrera a contrarreloj en la que la joven promesa lucha por estrenar su musical a tiempo, justo antes de cumplir los treinta. Todo ello mezclado con una trama amorosa espléndida, la pérdida de sus amigos por culpa del sida, o la precariedad tanto laboral como económica que le llevan a “prostituirse” creativamente. Y si hay algo que hace realmente bien la cinta es seguir el hilo de todas y cada una de ellas sin desviar la atención del eje central, siendo este el que mueve y condiciona todo el resto de acciones, llegando a enlazar todas con un maravilloso broche final.
Otro punto muy destacable es el maravilloso retrato que se nos brinda de la sociedad neoyorkina bohemia. Como ya he nombrado, el VIH está presente, siendo uno de lo spuntos dramáticos más fuertes, al igual que la dura y cruda realidad que engloba a un musical en Broadway, rodeado de juicios, críticas y gente que intenta desprestigiar tu trabajo para ensalzar el suyo, además de darle cabida únicamente a aquellos productos comerciales que saben que funcionarán (aunque esto creo que no ha cambiado demasiado). Uno de los personajes dice en un punto “La primera vez que haces la presentación de tu musical es como una colonoscopia. En la colonoscopia lo máximo que te puede pasar es que te digan que tienes cáncer, aquí directamente te dicen que estás muerto.”, y creo que esto resume uno de los temas principales de la película. Constantemente tenemos una sensación de prisa y de carrera contra el tiempo, incitada también con el constante “tick, tick” implícito en el título, que hace que se empatice mucho más con Jonathan, preocupado al máximo por no llegar a ser lo que sus referentes fueron antes de los treinta. La constante comparación y auto menosprecio que se ejerce por no ser suficiente e algo que todos hemos vivido en cierto punto de nuestra vida, y esto, al personaje protagonista, le lleva a vivir inmerso en una burbuja en la que deja de lado sus relaciones personales, obligaciones y deberes para dar su cien por cien al musical, al arte, al teatro. Y este no es el único dilema que trata esta maravillosa obra, sino que la homofobia imperante y, ligado de alguna forma a la urgencia y mortalidad del sida acompañan junto a la abrumadora visión de los sueños rotos o la genialidad creativa que lleva a la locura.
Y como ya he nombrado, este final me parece tremendamente emotivo. Muchos lo podrían criticar por narrar y no mostrar lo que le pasó a Jonathan, sin embargo esta película no va sobre su muerte, esta película cuenta la odisea que vivió para mostrar al mundo su arte, su visión y su íntima peculiaridad. Partiendo de cómo el director adapta al cine de forma dramatizada el propio musical que le da título al film veo maravilloso, incluso necesario, darle cierto final biográfico que nos enseñe cómo Larson sí consiguió ser uno de los mayores dramaturgos musicales que ha existido, cambiando con ello la percepción del género.
En fin, creo que es bastante obvio mi fascinación hacia esta película. Hacía mucho tiempo que no me pasaba llorando los últimos veinticinco minutos sentado frente a una pantalla. Me ha hecho revivir todos y cada uno de los musicales que he visto en mi vida, volviendo a reencontrarme con este género que jamás he dejado atrás, permitiéndome desconectar de toda la vida externa durante dos horas cincuenta y cinco minutos. Tick, Tick... Boom! te abraza cálidamente para luego clavarte un puñal en el corazón, sin embargo no puedes dejar de abrazarla.
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